Y LA FAMILIA SAINETERA RAMÍREZ PÉREZ
Por: Juan Manuel Vásquez Vivas
Este año, en la trigésima versión del Festival Internacional de Teatro El Gesto Noble, las salas de nuestro pueblo acogerán diversos géneros dramáticos con los cuales se hará homenaje a la labor creadora de dos figuras esenciales para la memoria de las artes vivas del país. Gracias al teatro rural y al teatro comunitario defendidos por María Victoria Suaza Gómez y por la familia Ramírez Pérez ha prevalecido la vida en los más olvidados rincones del territorio nacional. Cada uno de los aplausos de esta edición del festival les pertenece a ellos.
María arribó desde Medellín a la región del Urabá antioqueño cargada con títeres y su título de pedagoga. Con aquellos monigotes de tela y gomaespuma, se abrió paso entre los conflictos que acechaban la zona y fundó el que sería un resguardo para los jóvenes a los que la guerra perseguía: la Corporación Artística Camaleón de Urabá. En este espacio se erigieron decorados que fueron trinchera y hogar para los grupos provenientes de las equívocas coordenadas que arrojaba la violencia. No era necesario preguntarse de dónde llegaban los actores desconocidos, o la misma María Victoria, un telón bastaba para construir una patria advenediza en la que se suspendían las preguntas por el origen porque todos encontraban en el arte a una misma madre. En Camaleón todas las pieles se amalgaman cuando la obra da comienzo.
De la misma forma que para el Urabá este animalejo multicolor se ha convertido en sinónimo de teatro, para El Carmen de Viboral la casa de la familia Ramírez Pérez lo es de sainete. Ana Pérez Gallo y Fabián Ramírez Pérez asistían a la misma escuela en la vereda Samaria a comienzos del siglo XX. En las tardes, al término de las lecciones de matemática y lengua, él desde lo alto del morro en que vivían y ella desde su sima, improvisaron la primera de sus funciones. Ella, como si leyera las didascalias de algún romance del Siglo de Oro, salía de su casa con un pañuelo para llamar la atención de él, lo sacudía bien alto y, horas más tarde, cuando el cielo se cerraba en una espesa noche, Fabián encendía un cigarrillo. Ella encontraba en la luz del fogonazo una correspondencia ya no de aquel amor incipiente sino de los años que pasarían juntos memorizando libretos y criando a sus hijos.
Ese lenguaje del objeto, como lo llama su nieto Alejandro López, actual integrante del Grupo de Teatro Tespys, era la señal inequívoca de que el teatro acompañaría no solo el origen de esta estirpe sainetera sino a cada una de las casas en que de repente se formaba un jolgorio a raíz de su visita. Las hijas de la familia Ramírez Pérez se pintarrajeaban barbas, robaban algunos sombreros por un par de horas, teñían sus dientes para simular las formas de los señorones que protagonizaban obras como Pachoncita, El africano buchiverde, Las bodas de plata o Farsa y justicia del señor corregidor y encontraban complicidad en las cálidas risas del público. El sainete fue, por medio de las rimas insólitas y los jocosos malos entendidos de “La Kosiámpira”, el germen del teatro en El Carmen de Viboral. Quizá la primera certidumbre de que en este pueblo las artes dramáticas encontrarían un Gesto para artistas como María Victoria, Alejandro o, para su familia de saineteros, los Ramírez Pérez.
Tomado de Periódico XXVII Festival Internacional de Teatro El Gesto Noble 30 años